martes, 28 de septiembre de 2010


gran profusión de monstruos, todos los tamaños y colores

lunes, 20 de septiembre de 2010

miércoles, 15 de septiembre de 2010

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La ‘Ciudad genérica’ tal y como fue descrita por Rem Koolhaas en su texto de 1994 (1), traía al centro del debate urbanístico una realidad que parecía estar abriéndose paso apresuradamente en el devenir de la urbe contemporánea. Mano a mano de la globalización económica, y quizás como distopía patológica del proyecto moderno, Koolhaas describía un paisaje urbano idéntico en todas las ciudades del planeta, caracterizado por la uniformidad, una ‘neutralidad’ sólo aparente, la disolución de las singularidades sociales, geográficas y culturales, y la primacía de las grandes infrastructuras y redes como nodos de proliferación del ‘pensamiento único’. Esa ciudad indeterminada, genérica y omnívora era promovida por grandes grupos de poder económico trasnacional con la acquiesencia de los gobiernos locales, desbordados ante el imperativo del éxito económico en el nuevo ruedo de escala planetaria, y se materializaba a través de un nuevo programa arquitectónico en el que el pequeño comercio era sustituído por franquicias y ‘shopping malls’, donde el ciudadano sedentario daba lugar a un nuevo urbanita nómada y desterritorializado, y donde la uniformidad arquitectónica era articulada únicamente a través de súper-intercambiadores, grandes edificios ‘espectáculo’ y redes metropolitanas: lo local implosionaba aplastado por la gran maquinaria uniformadora capitalista, y la preexistencia histórica era fosilizada mediante la gentrificación y el pintoresquismo de ‘parque temático’. El mundo se atomizaba en una multiplicidad de ‘ciudades estado’ que funcionaban como órganos de gobierno, jerarquizadas en función de su peso económico en un nuevo organigrama de escala planetaria, y cuyo fin último era la gestión del Caballo de Troya de la globalización.
Como concepto, la Ciudad Genérica podía parecer aterradora o paradógicamente saludable, pero en cualquier caso no era más que la irrupción en la literatura arquitectónica de un asunto y un estado de ánimo que llevaban ya décadas resultando cruciales en el pensamiento sociológico y filosófico. Ya en los años 70 Francois Lyotard (2) advertía de los peligros de un nuevo modelo de ‘Economía libidinal’ basada en la seducción y el deseo, y que dinamitaba las relaciones biunívocas del paradigma marxista de infrastructura / estructura / superestructura.
Deleuze(3) denunciaba la desterritorialización del hombre contemporáneo y la necesidad de re-construirse una identidad en un paisaje de flujos y códigos totalizadores, en un nuevo escenario global dominado por la esquizofrenia del mercado libre de escala planetaria, cuyo desarrollo parecía requerir la desaparición de esa obstrucción incómoda a la agenda globalizadora que es lo singular, lo histórico, lo local. Desde la sociología, Alain Touraine(4) proponía el término ‘sociedad posindustrial’ o ‘sociedad programada’ para cartografiar un mundo de capitalismo difuso y extensivo que operaba mediante dispositivos subliminales no muy distantes de las ‘sociedades de control’ descritas por Foucault(5), y tendente a aniquilar toda situación de heterodoxia o disidencia ideológica mediante sutiles procesos uniformadores. La operatividad de los gobiernos aparecía muy limitada por la potencia de las estructuras bancarias y comerciales globales, y los estados nacionales se transformaron en maquinarias burocráticas obsoletas, frente a las que sociólogos de la importancia de Claus Offe(6) o Alberto Melucci (7)proponían una acción social de resistencia basadas en el coperativismo, la reivindicación de las singularidades identitarias y la acción micropolítica desde el día a día cotidiano.
Pero esa ciudad genérica no crecía en la nada, no sólo tomaba cuerpo en las periferias o en las urbes emergentes: su estrategia de proliferación era vírica, crecía por contagio, y su éxito empezaba por la conquista de los núcleos urbanos históricos, reinventados como centros de mando territoriales sometidos al imperio emergente de lo global.
El debate en torno a la neutralización de lo singular alcanza no sólo a las grandes megalópolis de las que hablaba Koolhaas, sino que en cualquier pequeña capital de provincias se pueden rastrear sus efectos: en una ciudad como A Coruña sentimos ya los efectos de su llegada, no sólo ‘por activa’ en las grandes intervenciones a escala metropolitana, sino ‘por pasiva’ en sus efectos colaterales sobre ámbitos que en el nuevo organigrama económico-político dejan de resultar competitivos.
La ‘Ciudad genérica’ no son sólo el gran puerto exterior, los grandes lotes residenciales de la periferia, la multiplicación del ‘mall’ y el edificio-espectáculo, las franquicias, los multicines y las multinacionales.
Su músculo alcanza otras latitudes: por abandono y decadencia, el centro urbano, antiguo núcleo identitario e icónico de ‘el alma de la ciudad’, está sufriendo aceleradamente la onda expansiva de este sismo cuyas mutaciones alteran la naturaleza del espacio colectivo, la relación entre centro y periferia, el vínculo entre vivienda y lugar de trabajo y, en fín, el modo de vida del ciudadano y su armonía con el entorno construído.
El uso cotidiano de la toponimia nos pone en la pista de la vigencia del fenómeno: el espacio al que todo coruñés se refiere hoy con un aséptico y neutral ‘el centro’ era hasta hace muy poco conocido como ‘la pescadería’, un término profundamente arraigado en el imaginario colectivo y que se refería a un barrio próspero y con personalidad, cuyas singularidades comienzan a ser olvidadas a causa de las inercias derivadas de su condición de Centro.
Esa dialéctica (no siempre pacífica) entre la naturaleza ‘barrio’ y la naturaleza ‘centro’, deriva en una situación de fluctuaciones y tensiones que aceleran el desequilibrio interno y la decadencia de aquellas zonas que, por motivos complejos y de muy diversa índole, se resisten a encontrar acomodo en el nuevo modelo de Ciudad Genérica Global.
‘La pescadería’, como término, se debe a la secular vinculación histórica entre el barrio y el mar: situado en el ismo de A Coruña, vivió sus épocas de mayor esplendor en relación de la prosperidad del puerto, con el que mantenía una relación de simbiosis pacífica. El barrio albergaba las grandes instituciones de poder económico e institucional (ayuntamiento, gobierno civil, Banco Pastor, espacio social simbólico...) pero basaba su sostenibilidad económica y social en la armonía entre vivienda y sector servicios.
Sus calles albergaban pensiones para el marinero, tascas y cantinas, pequeño comercio, artesanazgo, mercados de barrio y, claro, pescaderías. El cuidado y manutención de sus redes sociales corría a cargo del ‘vecino de toda la vida’, y su vinculación al puerto daba carta de identidad a una ciudad cuya ‘aura’ en el imaginario colectivo siempre tuvo mucho de marinera.
Sería necesario un debate en profundidad sobre cómo el inminente P.G.O.M.(8) gestiona esa crisis de la vieja ciudad histórica e identitaria, y pone en funcionamiento los dispositivos urbanísticos implicados en la consecución de esa hipotética y temida ‘ciudad genérica’.
Centrándonos en el análisis que ofrece el plan al respecto de la zona de la Pescadería, la acción estratégica de mayor envergadura para el barrio es la eliminación del antiguo puerto y la implantación de un gran lote residencial y de espacio público en sus antigua ubicación. Valorar la potencial agresividad (en lo social, lo cultural y lo económico) de dicha decisión excede los límites de este trabajo, pero a priori parece en sintonía con las últimas intervenciones municipales en la zona: la apuesta por grandes edificios dotacionales de escala metropolitana (fundaciones, palacio de congresos, puerto deportivo), la promoción de la hostelería de nivel medio-alto (hasta cuatro grandes hoteles llegan a rodear el barrio), la apuesta por una economía de servicios ligada a multinacionales y grandes empresas sin vinculación con la ciudad, y la teatralización de ciertos espacios históricos en base a su pintoresquismo y atractivo para el turista.
El mismo P.G.O.M se limita a catalogar y proteger ciertos espacios puntuales en la zona de Cordelería-Orzán por su interés arquitectónico y ambiental, sin proponer medidas concretas orientadas a promover su prosperidad económica en este contexto en el que el empuje de los fenómenos globales no hacen sino asfixiar con sus prerogativas la sostenibilidad del tejido social existente. Quizás lo más significativo que el P.G.O.M ofrece sobre la Pescadería en cuanto barrio, es por omisión.
Mientras las fuerzas económicas implicadas en el plan debaten la conveniencia o no de los aspectos centrales a largo plazo de la ciudad, el barrio parece haber quedado obsoleto, fuera de plano.
La llegada de las grandes superficies y la nueva forma de vida ligada al coche, ha mermado severamente la capacidad de reacción del comercio local y familiar existente hace unas décadas, y que ahora muestra su impotencia para competir con el empuje de la nueva ciudad genérica que apuesta por la condición de centro.
Fenómenos como el botellón, la prostitución o el ocio nocturno (que ocupan el barrio en base a su centralidad) y el colapso del modelo económico familiar preexistente, han propiciado la huída a la periferia de las familias trabajadoras, de tal suerte que la población de la zona muestra una de las mayores tasas de envejecimiento de la ciudad. Ello deriva en la ausencia de grupos de presión social verdaderamente eficientes y con capacidad para funcionar como contrapeso a la presión del mercado del suelo: de esta manera, proliferan los fenómenos de deterioro arquitectónico y ruina.
La especulación ha entrado en ciertas zonas céntricas en forma de grandes promotoras que, ante el desinterés municipal por el barrio, compran edificios en semiruina y habitados únicamente por ancianos, que se dejan sin cuidar hasta que el inevitable deterioro permita su derribo y sustitución por edificaciones de nueva planta. Todo ello vinculado a una apuesta silenciosa por la gentrificación a medio plazo: la sustitución de la masa social que históricamente ha ocupado el barrio (esencialmente, clase trabajadora) por nuevos ciudadanos de mayor poder adquisitivo, que demandan otro tipo de estructura económica incompatible con la ya existente.
En esta situación de litigio entre dos modelos de ciudad (aquella singular y cargada de memoria, y su némesis genérica, neutra y global) uno de los grandes damnificados es el espacio público.
Este concepto invoca un debate que, de nuevo, excede los límites de este trabajo: las nuevas formas de socialización y su formalización en la ciudad frente al empuje de las formas de vida posmodernas es una cuestión estructural al urbanismo contemporáneo, y que desborda la naturaleza del ejercicio planteado: sin embargo, nuestra apuesta desde el principio estuvo vinculada a cierta línea de pensamiento que promueve el aprovechamiento de zonas muertas y espacios potenciales como forma de revitalizar el espacio público sin necesidad de optar por grandes cirugías urbanas o estrategias legislativas maximalistas.
Intentamos explorar la capacidad de un tejido urbano histórico, singular, heterogéneo y plural de generar sus propios dispositivos de resistencia frente a lo genérico, lo reglado y lo parasitario. Buscamos una acción sencilla que, movilizando pequeñas y silenciosas fuerzas ya implantadas en el barrio, y aprovechándonos de su peculiar forma geográfica, fuese capaz de servir como alternativa al modelo urbano de la calle-corredor transformada en centro comercial abierto, el ocio generalista para masas anónimas, y la normalización uniformadora propias de los espacios reglados en base a la especulación económica.
La actividad escogida fue la de proyectar cine en la calle, pero pudieron haber sido muchas otras diversas conforme a nuestro planteamiento: se trataba de que los vecinos se reuniesen en la calle, pacíficamente, sin la necesidad de una ‘reivindicación’ política como justificación del acto, y por el mero placer de disfrutar de un espacio cuyo uso les corresponde legítimamente.
Una actividad que no necesitase de militancias para su asistencia, y que, pacíficamente, sirviese de ejemplo de la multiplicidad de alternativas potenciales y de pequeña escala a las que apelar para reactivar áreas urbanas en decadencia programada. Era, pues, un ejercicio de resistencia del barrio, y de reinvención de lo cotidiano en sintonía con el pensamiento de Michel de Certeau(9).
Habiendo optado por las proyecciones cinematográficas, fue sencillo encontrar en el propio barrio un aliado para la acción: allí se encuentra el Centro Galego das Artes da Imaxe, que ofrece cine de calidad a escasos metros de los grandes multicines del puerto, y a cuyas proyecciones acuden (¿inesperadamente?) muchos de los habitantes de la Pescadería.
La colaboración con el CGAI resultaba perfectamente compatible con el espíritu de nuestra intervención: se trata de una institución en la que prima la apuesta por la calidad frente al generalismo del ocio para las masas, de relación personal y cercana con el espectador, de pequeñas dimensiones y maneras artesanales, ajena al intervencionismo político y las presiones económicas.
Con ellos pactamos la búsqueda de viejas películas cuyo contenido tuviese que ver de un modo u otro con la problemática de la evolución de las ciudades y su impacto sobre la vida cotidiana de sus habitantes: de este modo, junto a filmaciones documentales de la ciudad tal y como era hace unas décadas, se nos propuso la proyección de ‘Camarote de lujo’, película filmada en A Coruña y centrada críticamente en la situación del emigrante del éxodo rural, y ‘El pisito’, comedia ácida sobre la relación inevitable entre miseria, avaricia y especulación.
Películas, en cualquier caso, opuestas a esa naturaleza totalitarista, abyecta y alienante del “espectáculo” tal y como lo describía Guy Debord(10) en sus escritos situacionistas.
Como complemento a las proyecciones, se realizó un proyecto-documental, ilustrado con imágenes obtenidas en ‘derivas’ sin planificar en las que se filmaron situaciones cotidianas de la vida en el barrio.
La realización del documental, en lo que tuvo de contacto directo y en profundidad con los debates e inquietudes vecinales, terminaría por confirmar muchas de las intuiciones de las que partíamos, y dar voz a aquellos a los que corresponde decidir las cuestiones que habría que tener en cuenta para cualquier intervención urbanística sensata y plural.
Para la elección de los emplazamientos, recurrimos a un concepto de Ignasi Solá-Morales(11) cuya vigencia no hace sino crecer en la presente tardomodernidad: el ‘terrain vague’, los espacios residuales o en situación de desuso, que exceden por algún motivo su calificación urbanística legal, y cuya potencialidad de usos imprevistos se sustenta sobre el sentido que Deleuze daba a ‘lo virtual’.
Frente al ‘no-lugar’ de Marc Augé(12) como situación fáctica y actual de deshumanización, el terrain-vague es virtual en lo que tiene de no-codificado, de pliegue entre situaciones regladas, y de área de pura potencialidad cuya apropiación corresponde, en última instancia, al ciudadano.
Si bien a nivel socioeconómico la zona centro funciona como una constelación de situaciones dispares (espacios simbólicos, populosas vías comerciales, zonas en sombra, vacíos, espacios olvidados...) su trazado urbano sigue una misma configuración en todo el barrio: vías longitudinales de comercio y tránsito, y otras trasversales semiocultas que funcionan como vías de servicio a las primeras. En esta configuración inicial encontramos numerosos accidentes y singularidades tales como estrechamientos angostos, cruces de calles, ensanchamientos puntuales, usos espontáneos, ‘refugios’ naturales y nodos de uso ambíguo, perfectamente acordes con la tesis de SoláMorales.
Y de entre todos ellos, decidimos desde un primer momento seleccionar únicamente aquellos ubicados en la zona del barrio que con mayor virulencia ha sufrido la decadencia y semiolvido como consecuencia de la aparición de los usos genéricos: entre la calle San Andrés y la plaza de Orzán, entre Panaderas y la Plaza de Pontevedra, el área urbana articulada en torno a los ejes Cordelería/Orzán y donde el barrio cotidiano y singular sobrevive con mayor grado de pureza.
Esa es la ‘zona cero’ de la problemática urbana de la que hablábamos, y tambien la zona donde una hipotética esencia de ‘la pescadería’ se mantiene más reconocible, en un equilibrio inestable pero, a su manera, vitalista.De los 7 enclaves iniciales que llegamos a considerar como susceptibles de dar sentido a nuestra acción, seleccionamos dos ‘plazas’ que de algún modo manifestaban fenómenos urbanos muy interesantes. Son ambas semidesconocidas por los ciudadanos foráneos al barrio, ejemplifican la heterogeneidad y singularidad del trazado viario, y surgen espontáneamente en el desarrollo de la zona (una como aprovechamiento de un solar vacío, la otra como un ensanchamiento existente).
Intuímos que la colonización efímera de esos espacios para una proyección en la calle, resultaría lo suficientemente sorprendente entre los vecinos como para que éstos descubriesen su utilidad potencial.
Sería un ejemplo de la multiplicidad de experiencias sociales espontáneas a las que se presta un entorno abandonado a su suerte por las autoridades, y la urgencia de salvaguardar la singularidad y poesía de unos ambientes y unas formas de vida que necesitan salir a la luz, significarse y autoafirmarse.
La intervención quería maximizar su sencillez y naturalidad, y por ello nos limitamos a utilizar los escasos medios necesarios para transformar un terrain-vague en una sala de proyección al aire libre: una pantalla, un proyector, unas pocas sillas (dada la intención doméstica del acto, no más de cien), y una cubrición que además funcionase como reclamo icónico.
Finalmente, nuestro acercamiento a la problemática de las dinámicas del centro en A Coruña, descubre fenómenos y patologías muy habituales en otras ciudades europeas del mismo tamaño: las inercias resultantes del tránsito de las ciudades en las que el tejido productivo e industrial estaba muy articulado cultural y económicamente en lo urbano, hacia un nuevo modelo de Ciudad terciaria especializada y limpia, y en la que a menudo lo identitario queda reducido al pintoresquismo romántico de los espacios de ficción o pompas de inmanencia de los que hablan sociólogos como Cucó i Giner(13) o Manuel Castells(14). La hipervelocidad de las mutaciones urbanas contemporáneas hace muy difícil la toma de conciencia por parte del ciudadano de las potenciales consecuencias de ciertas realidades que están teniendo lugar, de tal manera que en apenas un par de años, ciertas decisiones pueden cambiar completamente la ciudad tal y como la conocíamos, y poner en peligro de extinción formas de vida y estructuras sociales construídas durante muchas décadas.
En esta situación de empuje homogeneizador de lo global, urge apelar a la protección responsable de los modos de vida de aquellos ciudadanos que están tan incomunicados con los órganos y los mecanismos de acción del poder, que apenas son escuchados en las tomas de decisiones.
Si la potencia y velocidad de los fenómenos de la ciudad genérica son demasiado pujantes como para intentar contenerlos, cabe investigar estrategias (si no activas, al menos sí reactivas) capaces de hacer de la necesidad virtud y poner en funcionamiento potencialidades que hibernan en lo virtual: las heterodoxias sociales y urbanas, las zonas límite, los espacios olvidados, la ciudad oculta.
Los espacios marginales y en decadencia cuentan como potencialidad su invisibilidad y sus latencias: a veces un barrio consigue ocultarse, como en este caso, en el centro. Quizás pueda emerger de nuevo, sin dejar de ser el de siempre, y de manera siempre insospechada.

agosto 2010. pescadería20 para acidadedosbarrios*.




-(1) [KOOLHAAS, Rem; ‘La ciudad Genérica’, GG, Barcelona, 1994.]

-(2) [LYOTARD, Francois; ‘Economía Libidinal’, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1974]

-(3) [DELEUZE, Gilles; ‘Mil Mesetas, capitalismo y esquizofrenía’, ed. Pretextos, Valencia, 1980.

-(4) [TOURAINE, Alaine; ‘La sociedad posindustrial’, ed. Ariel, Barcelona, 1969.]

-(5) [FOUCAULT, Michel; ‘Vigilar y castigar’, ed. Siglo XXI, Madrid, 1975]

-(6) [OFFE, Claus; ‘Partidos políticos y nuevos movimientos sociales’, ed. Sistema, Madrid, 1988]

-(7) [MELUCCI, Alberto; ‘Acción colectiva, vida cotidiana y democracia’, Colegio de Mexico AC, Mexico D.F., 1996]

-(8) [PGOM 2008, AYUNTAMIENTO DE LA CORUÑA, equipo redactor: BAU arquitectos]

-(9) [de CERTEAU, Michel; ‘La invención de lo cotidiano’ Universidad Iberoamericana, México D.F., 1980]

-(10) [DEBORD, Guy; ‘La sociedad del espectáculo’, ed. Pretextos, Valencia, 1967]

-(11) [SOLÁ MORALES, Ignasi; ‘Presente y futuros, la arquitectura de las grandes ciudades’, COAC, Barcelona, 1996]

-(12) [AUGE, Marc; ‘Los no lugares’, ed. Gedisa, Barcelona, 1992]

-(13) [CUCÓ Y GINER, Josepa; ‘Antropología urbana’, ed. Ariel, Barcelona, 2004]

-(14) [CASTELLS, Manuel; ‘Local y global, gestión de las ciudades en la era de la información’, ed. Taurus, Madrid, 1997]


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